Somos la misma agua
Por
Mario Salazar Muñoz
educacioncreativa@gmail.com
Hace ya un tiempo atrás, escuché en una conferencia internacional sobre pedagogía intercultural a un profesor de física, quien como parte de su ponencia sobre el modo de enseñar la física en clases cuyos alumnos fueran de diversas identidades culturales, dijo, como si este fuera un dato obvio… El agua que hay sobre la tierra es la misma y que ha existido desde el comienzo de nuestro planeta, por lo tanto, desde el nacimiento de la tierra no se ha creado ni perdido, ni una gota de agua...
“...No se ha creado ni perdido, ni una gota de agua...”
Me pareció fascinante e increíble que el agua que estaba bebiendo quizás podía aún estar presente una lágrima de amor de una joven del Renacimiento, o talvez el resplandor de un arrollo próximo a la habitación de un pueblo andino. No pude dejar de imaginar los infinitos rostros del agua en sus interminables identidades y su posible hermandad con el silencio de las neblinas del sur de mi adolescencia y el paso sin fronteras de las lluvias atravesando el tiempo sobre el mar...
Esta información de las ciencias físicas, este dato presentado como un evento indiscutible, se unió a otro antecedente, que supe de él cuando recién descubría la amplitud de los caminos de la vida, al recordar mi paso por el sur de mi país, cuando asistía al Liceo de Hombres de Temuco, en la época en que ahí llovía aún más que ahora y yo era adolescente. En ese entonces mi profesor de biología, el recordado Sr. Parada, repetía en forma casi mecánica, con la esperanza de que quizás algún día lográramos comprender la magnitud de lo que nos estaba informando, … los seres humanos estamos formados al nacer por un 85% de agua, asimismo en los años de adulto nuestro cuerpo está formado por un 65 % de pura agua en la que sostiene nuestra vida…
Cuando descubrí la relación entre mis dos aguas, la que me habita y la que viaja en el vientre de las nubes, me encontraba en una parte de mi vida que no olvidaré jamás y que a la vez es parte de la historia de mi propio pueblo. Me encontraba muy lejos de Chile, sin poder volver a donde nunca salió mi alma; en esa época en que mi concepto de libertad se había invertido totalmente, en la medida que ser libre significada entrar y ser prisionero era salir hacia una distancia y un tiempo que parecía sin fin...
Al reconocerme como parte del camino del agua me di cuenta que la mayor parte de mi era parte de un algo mayor que mi nostalgia, y que rompía las distancias uniéndome con mayor claridad a mis hermanos de toda la tierra, pudiéndolos sentir más semejantes, más próximos, abriéndose a la vez una nueva vía para reconocerme como parte de todas las formas de vida.
Me pregunté entonces: ¿Será que en la sonrisa de una niña de Valparaíso brilla también el resplandor de las madrugadas del río Magdalena?,¿Dónde nacieron las aguas que me dieron la vida? ¿Quizás en un charco de Estambul o en una llovizna de los bosques de la Sierra Queretana, para unir sus casualidades y transformarse la vida que recibí?
Fue así que comprendí y empecé a sentir que soy parte de algo aún mayor que mi propia sombra, un habitante de este planeta que paradojalmente se llama tierra, de este planeta donde los mares y ríos son el espejo del cielo y cubren su mayor extensión, conteniendo el agua de siempre, el camino infinito de la vida...
Me encontré de este modo, frente a frente a dos antecedentes científicamente probados que llegaban a mi desde dos momentos y espacios tan distintos. Entonces la realidad y la historia de mi realidad se tornó de un color y un sentido nuevo, en el cual las interrogantes se multiplicaron encontrando a la vez respuestas que tenían un sentido más generoso, al preguntarme: ¿Extranjero de qué podemos ser?, ¿Cómo pudo ser que nos llegamos a sentir alguna vez solos?; ¿Qué pasó con las fronteras, esas que las nubes cruzan sin documentación y hasta seguida por los pájaros...?
Desde la razón del agua, la ecología no puede ser sino la historia desconocida y oculta del árbol genealógico de todas las formas del agua, ese nexo transparente desde donde podemos comprender que todas las vidas son nuestra vida.
Al reflexionar desde esta mirada que se abría ante mi, era estar escuchando, como un eco renacido de la misma tierra, las voces de los sabios de los pueblos originarios, al redescubrir el hecho que desde siempre hemos sido primos hermanos de los árboles y también de los pájaros que los habitan y ahora, más que nunca, conscientes de ser hermanos de los que nos reconocemos en el idioma universal de las lágrimas y las sonrisas, formando parte de ese nosotros de colores y miradas que llamamos humanidad, esta tribu de infinitos rostros que ha inventado miles de idiomas y aún no logra entenderse, ese mismo “nosotros” capaz de hacer nacer la primavera en los desierto y a la vez convertir los paraísos que heredamos en infiernos incomprensibles...
El infinito viaje del agua es el interminable tránsito de la vida, entonces, que la vieja imagen de la muerte se bata en retirada, dejando atrás su amenaza de ser la despedida final, desde la mirada de los caminos del agua ella, la triste, adquiere un rostro diferente, como un recodo más del infinito viaje de la vida, quizás el menos luminoso, quizás el más desconocido, pero tan sólo esos, una esquina más de la vida.
Somos la misma agua.
En nuestra sangre podemos imaginar que está navegando la ternura y el brillo de la mirada de una mariposa en su primer vuelo, en nuestro cuerpo también fluye, quizás dormida, la dulzura de un beso inolvidable, nacido en cualquier época, bajo la noche de un lugar sin nombre….
Entonces, cobijados por la generosidad del agua que nos une a la vida, podemos conjugar todas las acciones en un nosotros más amplio y más generoso, porque somos hijos de una misma fuente, herederos de todas las formas vida y de sus infinitos rostros y paisajes.
Dr. Mario Salazar Muñoz
http://www.escritormariosalzar.cl/
educacioncreativa@gmail.com
Hace ya un tiempo atrás, escuché en una conferencia internacional sobre pedagogía intercultural a un profesor de física, quien como parte de su ponencia sobre el modo de enseñar la física en clases cuyos alumnos fueran de diversas identidades culturales, dijo, como si este fuera un dato obvio… El agua que hay sobre la tierra es la misma y que ha existido desde el comienzo de nuestro planeta, por lo tanto, desde el nacimiento de la tierra no se ha creado ni perdido, ni una gota de agua...
“...No se ha creado ni perdido, ni una gota de agua...”
Me pareció fascinante e increíble que el agua que estaba bebiendo quizás podía aún estar presente una lágrima de amor de una joven del Renacimiento, o talvez el resplandor de un arrollo próximo a la habitación de un pueblo andino. No pude dejar de imaginar los infinitos rostros del agua en sus interminables identidades y su posible hermandad con el silencio de las neblinas del sur de mi adolescencia y el paso sin fronteras de las lluvias atravesando el tiempo sobre el mar...
Esta información de las ciencias físicas, este dato presentado como un evento indiscutible, se unió a otro antecedente, que supe de él cuando recién descubría la amplitud de los caminos de la vida, al recordar mi paso por el sur de mi país, cuando asistía al Liceo de Hombres de Temuco, en la época en que ahí llovía aún más que ahora y yo era adolescente. En ese entonces mi profesor de biología, el recordado Sr. Parada, repetía en forma casi mecánica, con la esperanza de que quizás algún día lográramos comprender la magnitud de lo que nos estaba informando, … los seres humanos estamos formados al nacer por un 85% de agua, asimismo en los años de adulto nuestro cuerpo está formado por un 65 % de pura agua en la que sostiene nuestra vida…
Cuando descubrí la relación entre mis dos aguas, la que me habita y la que viaja en el vientre de las nubes, me encontraba en una parte de mi vida que no olvidaré jamás y que a la vez es parte de la historia de mi propio pueblo. Me encontraba muy lejos de Chile, sin poder volver a donde nunca salió mi alma; en esa época en que mi concepto de libertad se había invertido totalmente, en la medida que ser libre significada entrar y ser prisionero era salir hacia una distancia y un tiempo que parecía sin fin...
Al reconocerme como parte del camino del agua me di cuenta que la mayor parte de mi era parte de un algo mayor que mi nostalgia, y que rompía las distancias uniéndome con mayor claridad a mis hermanos de toda la tierra, pudiéndolos sentir más semejantes, más próximos, abriéndose a la vez una nueva vía para reconocerme como parte de todas las formas de vida.
Me pregunté entonces: ¿Será que en la sonrisa de una niña de Valparaíso brilla también el resplandor de las madrugadas del río Magdalena?,¿Dónde nacieron las aguas que me dieron la vida? ¿Quizás en un charco de Estambul o en una llovizna de los bosques de la Sierra Queretana, para unir sus casualidades y transformarse la vida que recibí?
Fue así que comprendí y empecé a sentir que soy parte de algo aún mayor que mi propia sombra, un habitante de este planeta que paradojalmente se llama tierra, de este planeta donde los mares y ríos son el espejo del cielo y cubren su mayor extensión, conteniendo el agua de siempre, el camino infinito de la vida...
Me encontré de este modo, frente a frente a dos antecedentes científicamente probados que llegaban a mi desde dos momentos y espacios tan distintos. Entonces la realidad y la historia de mi realidad se tornó de un color y un sentido nuevo, en el cual las interrogantes se multiplicaron encontrando a la vez respuestas que tenían un sentido más generoso, al preguntarme: ¿Extranjero de qué podemos ser?, ¿Cómo pudo ser que nos llegamos a sentir alguna vez solos?; ¿Qué pasó con las fronteras, esas que las nubes cruzan sin documentación y hasta seguida por los pájaros...?
Desde la razón del agua, la ecología no puede ser sino la historia desconocida y oculta del árbol genealógico de todas las formas del agua, ese nexo transparente desde donde podemos comprender que todas las vidas son nuestra vida.
Al reflexionar desde esta mirada que se abría ante mi, era estar escuchando, como un eco renacido de la misma tierra, las voces de los sabios de los pueblos originarios, al redescubrir el hecho que desde siempre hemos sido primos hermanos de los árboles y también de los pájaros que los habitan y ahora, más que nunca, conscientes de ser hermanos de los que nos reconocemos en el idioma universal de las lágrimas y las sonrisas, formando parte de ese nosotros de colores y miradas que llamamos humanidad, esta tribu de infinitos rostros que ha inventado miles de idiomas y aún no logra entenderse, ese mismo “nosotros” capaz de hacer nacer la primavera en los desierto y a la vez convertir los paraísos que heredamos en infiernos incomprensibles...
El infinito viaje del agua es el interminable tránsito de la vida, entonces, que la vieja imagen de la muerte se bata en retirada, dejando atrás su amenaza de ser la despedida final, desde la mirada de los caminos del agua ella, la triste, adquiere un rostro diferente, como un recodo más del infinito viaje de la vida, quizás el menos luminoso, quizás el más desconocido, pero tan sólo esos, una esquina más de la vida.
Somos la misma agua.
En nuestra sangre podemos imaginar que está navegando la ternura y el brillo de la mirada de una mariposa en su primer vuelo, en nuestro cuerpo también fluye, quizás dormida, la dulzura de un beso inolvidable, nacido en cualquier época, bajo la noche de un lugar sin nombre….
Entonces, cobijados por la generosidad del agua que nos une a la vida, podemos conjugar todas las acciones en un nosotros más amplio y más generoso, porque somos hijos de una misma fuente, herederos de todas las formas vida y de sus infinitos rostros y paisajes.
Dr. Mario Salazar Muñoz
http://www.escritormariosalzar.cl/
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